De cara a una nueva política exterior con Estados Unidos

03/05/2017

Poco antes de que Barack Obama terminara su mandato, le dio una fuerte señal de apoyo al entonces reciente electo gobierno de Mauricio Macri: con su visita a la Argentina, comenzó a allanar el camino para una reactivación de las relaciones bilaterales. Pero la inesperada victoria de Donald Trump modificó los planes del gobierno argentino y generó incertidumbre sobre el futuro vínculo con la administración republicana.

Para comenzar a vislumbrar cómo será la relación entre Argentina y Estados Unidos, es importante distinguir, en primer lugar, entre el discurso proteccionista de Trump y una política exterior aislacionista. Por definición, una estrategia aislacionista implicaría que Estados Unidos abandone sus compromisos políticos o militares y evite interferir en asuntos internacionales. Si se observan las medidas y declaraciones hechas por el presidente republicano hasta el momento, quedó demostrado que no es así. Sólo por nombrar algunos hechos: el lanzamiento de la llamada “madre de todas las bombas” en Afganistán; el envío de una flota nuclear en supuesta dirección hacia la Península de Corea del Norte –reafirmando así la alianza militar con Corea del Sur–; las declaraciones sobre la necesidad de combatir el terrorismo y erradicar ISIS; entre otros. Tampoco debe confundirse la postura de Trump con respecto a organismos internacionales (ONU) como aislacionista, sino más bien como un descrédito ante dichos espacios multilaterales y por lo tanto, un incremento de acciones unilaterales.

Asimismo, de cara al futuro de las relaciones entre Argentina y Estados Unidos, es importante tener en claro cómo fue el vínculo entre ambos países durante la última década. En efecto, la política exterior del gobierno kirchnerista no se trató de un período homogéneo caracterizado únicamente por la hostilidad y el conflicto. Por el contrario, al comienzo del gobierno de Néstor Kirchner, la Argentina adoptó una estrategia más pragmática hacia su vecino del norte que duró hasta la Cumbre de las Américas de 2005 en Mar del Plata. A partir de ese hecho clave, le siguió un período de mayor distanciamiento y conflictividad, que terminó de acentuarse con la llegada de Cristina Kirchner al poder en 2007 y especialmente tras la muerte de Néstor Kirchner. En dicho período, la relación se caracterizó por picos de tensión, tales como el escándalo de la valija de Antonini Wilson -que la ex presidente adjudicó al accionar de Estados Unidos. A ello le siguieron incidentes como el que involucró al ex canciller Héctor Timerman en la incautación de la carga que traía un avión militar estadounidense; la firma del Memorándum de entendimiento con Irán; la instalación de una base espacial china en la provincia de Neuquén; y el conflicto con los holdouts.

En este sentido, no es correcto decir que durante el gobierno kirchnerista la Argentina estuvo aislada del mundo sino que, más bien, eligió insertarse en el sistema internacional de manera distante y alejada de Estados Unidos, favoreciendo otros socios como Rusia, China y países de la región tales como Bolivia, Ecuador y Venezuela, entre otros.

En el presente, con Donald Trump fijando el rumbo de la política exterior estadounidense y luego de la visita presidencial a la Casa Blanca la semana pasada, es el turno de Mauricio Macri de fijar los lineamientos durante los próximos 3 años. El gobierno deberá diseñar e implementar una estrategia de política exterior inteligente que identifique los puntos de acuerdo con Estados Unidos y las áreas de interés dónde ambos países convergen, siempre defendiendo y buscando favorecer los intereses nacionales de la Argentina. En este sentido, deberá evitar políticas extremistas como las “relaciones carnales” y la estrategia de plegamiento implementada, en los años noventa, por el gobierno de Carlos Menem o los picos de hostilidad exhibidos durante la administración de Cristina Kirchner.

Por el momento, la visita oficial de Macri a Trump arroja señales ambivalentes respecto de cómo será la relación bilateral. Por un lado, los comentarios positivos del presidente estadounidense respecto de las capacidades de Mauricio Macri como líder y de la relación existente entre ambos desde hace años, parecen anticipar una buena sintonía entre los mandatarios. No obstante, el slogan proteccionista que despliega el actual gobierno republicano podría impactar negativamente en los intereses comerciales de la Argentina, más allá de la reciente autorización a las importaciones de limones.

A lo anterior, se suma una dosis de desconcierto ya que nuestro país aún no tiene designado un Embajador en Washington, tras la salida de Martín Lousteau, y tampoco la actual administración republicada ha decidido aún quien ocupará el puesto de embajador en Buenos Aires.

En una relación bilateral entre países es de esperar que convivan tanto intereses comunes como posiciones encontradas. La clave está en enfocarse en la agenda positiva de temas y en entablar procesos de negociación o “coordinación de políticas” en términos de Robert Keohane, mediante los cuales se adapten las políticas de cada estado y se llegue a un acuerdo. En otras palabras, el gobierno de Mauricio Macri deberá delinear una política exterior hacia Estados Unidos que conlleve factores menos dogmáticos y más pragmáticos, teniendo en claro cuáles son los intereses de nuestro país y cuál es la mejor forma de alcanzarlos.