Sin reelección, no hay ajuste que alcance

por Alejandro Catterberg 18/06/2018

Hasta hace escasas semanas Mauricio Macri caminaba por el sendero de la segura reelección. Ese era el consenso entre inversores, empresarios, miembros de Cambiemos e incluso dirigentes peronistas. Los más reacios de estos últimos insistían con el eslogan “Hay 2019” para intentar evitar que sus escépticos compañeros corrieran a negociar acuerdos electorales con el gobierno nacional.

Pero sucedió luego la corrida cambiaria y la crisis de confianza que aún el Gobierno no ha podido domar. Como consecuencia de este nuevo escenario, el país tendrá este año, en el mejor de los casos, diez puntos más de inflación de lo esperado y un crecimiento nulo de la economía. Habrá, además, mayores tensiones sociales, caída del salario real y una sociedad con menor confianza en el Gobierno y en la política en general.

Como corolario de esta situación, la presunción inicial acerca de la segura reelección de Mauricio Macri ha ido perdiendo fuerza y motivando cambios en las expectativas de los principales actores políticos y económicos. Gran parte de los inversores siguen con un ojo las acciones que va tomando el Gobierno para recuperar el control y la confianza del mercado, pero con el otro miran a 2019. Los cambios que hacen en sus cálculos de probabilidades sobre la reelección del Presidente impactan más en sus decisiones de inversión que varias de las medidas que se anuncian en estos días. En la visión de muchos inversores, una macroeconomía ordenada vale poco si con ello se abrieran las puertas para el retorno del populismo al poder.

Y aunque 2019 parece una quimera al ritmo al que se mueve la política en nuestro país, es importante entender cuál es la estructura social que condicionará la elección presidencial del año próximo y que lo viene haciendo hace ya varios años en nuestro país.

De forma genérica, se puede dividir a los argentinos en tres claros grupos. En primer lugar, existe un conjunto de la sociedad caracterizado por su enorme rechazo a la figura de la expresidenta Cristina Kirchner en particular y al peronismo en general. Se trata de un sector mayoritariamente compuesto por ciudadanos de clase media y media alta, residentes en los grandes centros urbanos del país. Tienen una visión positiva sobre el sector privado y el desarrollo de un capitalismo moderno y competitivo. Rechazan fuertemente las prácticas paternalistas, autoritarias y populistas por parte de la dirigencia política y ven en la falta de justicia unos de los factores principales de la declinación argentina. Este grupo, que está conformado por alrededor del 35% de la sociedad argentina, encontró en la figura de Macri primero y en Cambiemos después un vehículo capaz de representar sus intereses y poner además un freno al avance del kirchnerismo, por el cual se sentían amenazados en sus libertades políticas y económicas. Este sector conforma el núcleo duro de apoyo al Gobierno. Incluso en estos días difíciles, las últimas mediciones que realizamos en Poliarquía muestran que los más de 40 puntos de aprobación que tiene el presidente Macri se originan principalmente en este sector social.

Existe otro grupo de ciudadanos, de composición social más heterogénea, que tienen una visión política diametralmente opuesta a la del grupo anterior. Creen en el Estado no solo como distribuidor de la riqueza, sino como generador de ella. Desconfían de lo privado y lo foráneo, y creen que las empresas son mejor administradas por el sector público que por el sector privado. Predomina entre ellos una visión clasista y de suma cero sobre la economía. El origen de los problemas argentinos no está en el peronismo (como para el grupo anterior), sino en el accionar de los grupos concentrados de poder que manejan los resortes económicos, mediáticos y políticos del país. Pregonan una economía más cerrada, que proteja y subsidie. Piensan que Macri es la clara representación de la elite económica argentina que retrotrae derechos y concentra recursos: “Son ricos que gobiernan para los ricos y no conocen a los pobres”. Este grupo engloba a entre el 25% y 30% de la población argentina y constituye el núcleo duro de apoyo que todavía conserva Cristina Kirchner, aunque también lo integran socialistas, radicales alfonsinistas y los votantes de las fuerzas de izquierda.

Entre ambos extremos se encuentra lo que en opinión pública se denomina el votante medio. Es el grupo más amplio, entre 35% y 40% de los argentinos. Mencionados como “la gente”, “el pueblo” o “los vecinos”, dependiendo de quién los interpele. Se trata de trabajadores, jubilados, amas de casa, de clase media baja y baja. Poseen estudios promedio apenas superiores a la primaria. Son desideologizados y desinteresados por la política. Residen en los conurbanos de las grandes ciudades y en los pueblos chicos y pobres del interior. Se trata de votantes históricos del peronismo, no por razones ideológicas, sino culturales. Sus principales preocupaciones refieren a la situación económica y a la inseguridad. Se involucran en el proceso electoral sobre el final del mismo y votan principalmente impulsados por dos estímulos. El primero es su situación económica personal y la de su en-torno, reflejado esencialmente en la posesión de trabajo, la variación de sus ingresos reales y la posibilidad de consumo. La segunda motivación de voto está ligada a los bienes y servicios que reciben por parte del Estado. Durante el kirchnerismo se beneficiaron de programas de trasferencias monetarias directas (AUH, pensiones no contributivas, jubilaciones); el macrismo hace hincapié en la nueva infraestructura que les pretende brindar (cloacas, pavimentos, rutas, metrobús, etcétera).

Esta estructura social, con dos extremos políticamente activos que se rechazan y un medio amplio, pero desinteresado, es lo que alimentó la polarización del debate público en la última década.

La estrategia que venía desarrollando el Gobierno para ganar en primera vuelta el año próximo era clara: ir por la conquista del votante medio. Entrar en territorio del peronismo, en sectores sociales bajos, a base de mejoras económicas y de metrobús. La composición de los 42 puntos a nivel nacional que obtuvo Cambiemos en 2017 es una clara evidencia de esto. Pero tras la desordenada devaluación de estas semanas es difícil pensar que el Gobierno pueda alcanzar este objetivo si no se produce una fuerte recuperación de la economía, los salarios reales y el consumo a partir de julio de 2019.

Si la economía no es el motor que lleve a Cambiemos a triunfar en primera vuelta, la clave será entonces con quién compita en la segunda. Y aquí es clave la decisión que tome Cristina Kirchner. Si la exmandataria decide presentarse, le será muy difícil a algún candidato del PJ Federal poder superarla y entrar al ballottage frente a Cambiemos debido a la base de votos que la exmandataria tiene, más los efectos que la polarización genera sobre los votantes independientes. Y, en este contexto, el macrismo tendrá grandes perspectivas de imponerse, como lo ha hecho cada vez que enfrentó al kirchnerismo.

Pero si, en cambio, Cristina Fernández decidiera no ser candidata (y apoyar la candidatura de algún otro miembro de su sector), abriría las puertas para que un candidato del PJ Federal ingrese al ballottage. Ese podría ser el escenario más complicado para Cambiemos y reviviría un fantasma conocido: el recuerdo de lo que sucedió en la segunda vuelta en la elección para jefe de gobierno de 2015 sigue siendo traumático para muchos miembros de Pro.

 

Nota publicada en La Nación el 18 de Junio de 2018