Se debilita “el aguante” al Gobierno

por Eduardo Fidanza 20/03/2017

En febrero de 2016, cuando el período de Cambiemos empezaba, se describió en esta columna un agrupamiento de los votantes en base a una paradójica tendencia de opinión que marcaría el primer año de Macri: una minoría estimaba entonces que la situación del país era buena, mientras una amplia mayoría creía, sin embargo, que dentro de un año las condiciones iban a mejorar. El grueso de la sociedad, con realismo, proyectaba un futuro mejor, en tanto reconocía las dificultades del presente. Confiar en el futuro cuando un gobierno se inicia equivale a otorgarle un crédito temporal para que desarrolle su programa. En la Argentina, como en el mundo, ese crédito es un componente clave de la confianza en los funcionarios, significa que la gente cree que ellos saben cómo resolver los problemas pero necesitan tiempo.

Al cabo de más de un año, buena parte de la sociedad conserva ese optimismo tozudo y realista: aunque sólo el 18% opina que el país está bien, el 48% cree que mejorará en los próximos meses, según el último sondeo de Poliarquía. Sin embargo, el clima favorable al Gobierno se está erosionando. La razón es sencilla y consiste en lo siguiente: la cantidad de optimistas se achica y la de pesimistas se incrementa. Hace 14 meses poseían expectativas favorables el 71% y negativas apenas el 29%. Hoy, los desilusionados suman el 52% y los optimistas el 48%. Esta distribución esclarece el nuevo escenario que los sondeos detectaron a partir de febrero: después de un año de poseer más aprobación que desaprobación, el Gobierno pasó a tener más detractores que partidarios.

Lo que se comprueba es que estos optimistas se están pasando al pesimismo. Eso significa que siguen pensando que el país está mal, aunque ahora creen que en el futuro empeorará. Están decepcionados, hicieron el aguante, pero el beneficio nunca apareció y a ellos se les agotó el tiempo. Según los datos de Poliarquia, la evidencia de que la mayoría de los realistas se vuelca al pesimismo es incontrastable: en agosto pasado los pesimistas eran el 38%, los optimistas realistas el 39% y los incondicionales el 16%. En marzo los incondicionales siguen siendo los mismos, pero los realistas descendieron al 31%, lo que posibilitó que los pesimistas treparan al 48%.

Por último, cuando se analiza a los pesimistas, que suman hoy un poco más de la mitad del electorado, también pueden hacerse distinciones. Ellos provienen de dos orígenes muy distintos: unos son votantes duros del kirchnerismo que detestan a Macri, los otros son los defraudados por Macri, que ahora se acercan a la oposición no por afecto sino por despecho. Ante esto, es imposible eludir el clisé borgiano: a los opositores no los une el amor sino el espanto. El espanto significa también otra cosa: ninguna fuerza está conteniendo las demandas de la sociedad. Lo que pierde el Gobierno nadie lo cosecha. Cristina sólo conserva a sus fieles, Massa se desmoronó, el resto del peronismo no asoma.