Se alinean los factores de la popularidad presidencial

por Eduardo Fidanza 22/05/2017

Para los gobiernos democráticos de la actualidad la coyuntura es absorbente e incierta. Enfrentan problemas muy complejos, mientras se los somete a un escrutinio permanente que arroja el dato que más aprecian y temen: el nivel de popularidad. En ese valor se cifra la fortaleza o la debilidad, de él dependen las posibilidades y los proyectos. Es el parámetro para inferir la suerte en los próximos comicios. Hasta que llega el momento de votar, la popularidad la determina ese conglomerado multiforme y etéreo que se denomina “opinión pública”. Las encuestas extraerán a diario una muestra de ella y pronunciarán un dictamen adictivo para los gobiernos. Si es favorable, los funcionarios respirarán aliviados y confiarán más en sus decisiones; si es desfavorable, se desesperarán, revisarán las políticas, cambiarán eventualmente sus elencos, le echarán la culpa a la oposición.

Aunque la popularidad del gobierno es crucial, algunos la necesitan más que otros. Los que hayan accedido al poder por una avalancha de votos y dispongan de mayorías en las cámaras legislativas podrán resistir mejor la adversidad si se vuelven impopulares. La mayoría dificultará un intento de destitución. Sus bancadas continuarán sancionando leyes para no trabar el funcionamiento de la administración. Otros gobiernos, con minorías y resultados electorales exiguos, necesitarán, en cambio, que los votantes nunca les bajen el pulgar. El desprestigio presidencial con minoría legislativa puede ser fatal. Temer y Trump exhiben la diferencia. Los dos son impopulares, enfrentan imputaciones y caminan al borde del abismo, pero el presidente americano tiene mayoría en ambas cámaras, mientras que el brasileño se debate en una debilidad terminal.

A este cuadro, debe agregársele un fenómeno: la movilización popular. La gente en la calle puede compensar la fragilidad de un gobierno o acentuarla. Los planos de las fotografías y videos de las manifestaciones, y las vistas aéreas tomadas por drones, las magnifican. Multitudes que representan el 1% de los votantes pasan a ser la mayoría. Esa ilusión óptica ejerce sobre los gobiernos el mismo efecto que las encuestas: si la escenificación es favorable los tonifican, si es adversa los deprimen. A veces sucede que una movilización genera empatía contagiando sus consignas a los estudios de opinión. Los que responden sondeos simpatizan con los que salieron a la calle. Los están viendo en la televisión marchando por la ciudad. Se sienten representados por los manifestantes, que han puesto el cuerpo por ellos en una causa común. El gobierno o sus contrincantes se aprovecharán de esta comunión.

Aún debe considerarse un factor más: la salud de un gobierno depende también de la salud de la oposición. En el juego frenético de fortalezas y debilidades, lo que uno pierde el otro lo gana. Así se enhebra la fortuna o la desgracia de los gobernantes: los hilos clave son el nivel de aprobación del gobierno, la distribución del poder legislativo, las manifestaciones populares y la situación de la oposición. Esa trama, sin embargo, nada dice sobre los motivos de apoyo o rechazo. Por lo general ellos dependen, en primer lugar, de la performance económica y, en segundo término, del desempeño político de gobernantes y opositores. En las democracias modernas el voto por razones económicas es predominante, pero no es la única explicación de la suerte de los gobiernos.

Si se va de la abstracción a la realidad, aparecen claros los contornos de la política argentina de estos días. El Gobierno tiene minoría legislativa, depende de su popularidad y del nivel de desgaste y desmembramiento de la oposición, representada por las distintas fracciones del peronismo. En medio de esa estrechez, recibió un importante apoyo popular, amplificado por los medios, el 1º de abril. A partir de ahí, retomó la iniciativa, le volvieron a sonreír los sondeos, recuperó el apoyo perdido luego de un final de verano desafortunado. Para expandir su dicha, el peronismo cometió errores, incurrió en escándalos, se distrajo en la interna. Un presidente que cita a Perón lo madrugó llegando a La Matanza, el corazón de su territorio, en Metrobus, el ícono de la modernización Pro. Si la economía no ofrece señales, la política empezó a darlas. Y Macri cosecha, en el sube y baja coyuntural.

¿Por qué se alinean los factores de la popularidad presidencial? Como se observa, por razones políticas antes que económicas. Al votante medio, que no lo apasiona el Gobierno, menos lo seduce la oposición. Mientras no crea en el peronismo y no quiera volver a él, tolerará la ambigua economía de Macri, que ajusta lo imprescindible para no caer en la impopularidad, un desliz que no puede permitirse.

Que el árbol de la euforia oficialista no tape el bosque. O al menos tres detalles de él: el balance electoral luce parejo, la economía no es sustentable sin modificaciones y la corrupción latente amenaza a todos. Eso significa que, en el mejor de los casos, el Gobierno podría vencer en octubre por estrecho margen. Luego, con un poder incierto, deberá profundizar las reformas económicas y la transparencia. Un libreto para buscar consensos, evitando la arrogancia de creerse ganador.