Para el peronismo siempre es el mismo día

por Eduardo Fidanza 13/03/2017

Cuando el tiempo se torna circular provoca un efecto característico: cesa el progreso, cancelándose la secuencia de pasado, presente y futuro. El resultado es la intemporalidad, una condena al eterno repetir. La literatura lo ilustra mejor que la ciencia. Cuando en Cien años de soledad, José Arcadio Buendía pregunta “Qué día es hoy”, Aureliano le responde: “Es martes”. Entonces José Arcadio comenta: “Eso mismo pensaba yo. Pero de pronto me he dado cuenta de que sigue siendo lunes, como ayer. Mira el cielo, mira las paredes, mira las begonias. También hoy es lunes”. Acostumbrado a sus manías, Aureliano no le hizo caso. Al día siguiente, miércoles, José Arcadio Buendía volvió al taller. “Es un desastre -dijo-. Mira el aire, oye el zumbido del sol, igual que ayer y antier. También hoy es lunes.”

Si se sigue la metáfora, el acto de la CGT del martes pasado bien pudo ocurrir el lunes. Para confirmarlo, basta observar su desarrollo. Como el cielo, las paredes y las begonias de José Arcadio, la ambientación, los discursos, la marcha “Los muchachos peronistas”, la invocación al pueblo, los insultos y las divisiones permanecieron inalterables. Un combo repetido compulsivamente desde hace muchos años. Tal vez, el único matiz lo explica la famosa cita de Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. Los que llamaron a la lucha no se la creían. Y los que asaltaron el palco al grito de “Se va a acabar la burocracia sindical” no incitaron, felizmente, a matar gremialistas como en los años 70, apenas compusieron una bufonada triste, destinada a perderse en el océano banal de la viralización.

Detrás de la CGT, en efecto, anida el peronismo. La central sindical está sujeta antes a una lógica política que de clase, según lo mostró con lucidez Juan Carlos Torre. En el origen del movimiento peronista, como ya había ocurrido con el yrigoyenismo, los trabajadores canalizaron su participación a través del partido emergente, que les otorgaba mejoras económicas, pero, por sobre todo, identidad política. Esto los arrebató del comunismo y de la barricada, con la emblemática consigna “del trabajo a casa y de casa al trabajo”. De ese modo abortó la revolución clasista de base, debido a un cambio motorizado “desde arriba por un jefe militar salido de las entrañas del propio Estado”, según Torre.

Pero allí no terminaron las transformaciones. En la última década el sindicalismo acató al principio y desafió después a la conducción política, primero condicionándola y luego rebelándose contra ella. Pero mientras adquiría ese creciente poder, que lo llevó a centralizar la negociación salarial, se dividió y anquilosó sus prácticas, provocando una sostenida erosión de las bases. Una cosa es la oficina confortable del funcionario sindical y otra el conflictivo lugar de trabajo. Los delegados de base disputan espacios que al sindicalismo peronista, vertical y aburguesado, le cuesta retener.

Pero, por ahora, el peronismo no tiene quien lo modernice. Quien le provea una identidad contemporánea. Mientras tanto, la Argentina pareciera deslizarse en un incierto vacío, entre las resistidas innovaciones de Pro y la mueca estática de un movimiento para el que siempre es el mismo día.