Los que apuestan a una sociedad mejor

por Eduardo Fidanza 08/05/2017

Más allá de la alienación del presente, algunas voces e ideas evaden el tumulto dejando entrever una preocupación genuina y perdurable por el futuro del país. Estas intervenciones ocurren en distintos campos y adquieren formas diversas: acciones individuales, encuentros, escritos, proyectos, investigaciones, emprendimientos. El espectro amplio impide clasificarlas dentro de una corriente de pensamiento o de una ideología. Su singularidad se cifra antes en las cualidades personales e intelectuales de quienes las llevan adelante. No forman una agrupación, muchos no se conocen entre sí, o apenas se han cruzado atisbando una impronta común sin generar vínculos duraderos. Otros trabajan juntos y se organizan en torno a objetivos y programas. En cualquier caso, las ideas y la conducta de estos ciudadanos iluminan, con una luz extraña, el transcurrir perecedero e incesante del día a día.

Acaso los distingan cuatro atributos: valores, creatividad, visión y disposición al diálogo. Por empezar, los valores de estas personas y organizaciones no pertenecen a la vulgata de la moral, sino que expresan un difícil equilibrio entre ideales e intereses. El reconocimiento de los intereses evita el platonismo. Supone asumir que la vida social está atravesada por una lucha constante de posiciones contrapuestas que, sin embargo, deben ser conciliadas en orden al bien común. El segundo atributo es la creatividad. Ser creativo implica la capacidad de combinar de manera original los elementos de un problema para extraer de ellos un nuevo significado. La creatividad abre la puerta al siguiente atributo: la visión. Los creativos son visionarios. Miran más allá, salen de lo convencional, exploran, muestran que las fronteras pueden ampliarse. Para eso abandonan la aldea. Los visionarios se actualizan, observan y estudian el mundo para encontrar en él las respuestas o las nuevas preguntas que plantea la evolución.

Sin embargo, quizá ninguna de esas cualidades tendría sentido si no fueran acompañadas por la disposición a dialogar. No se trata de un diálogo ingenuo que supone una equiparación ficticia de los participantes. En una sociedad fracturada por los desequilibrios y la desigualdad, aturdida por el poder, el diálogo se parecerá más a un “habla plural”, en los términos de Maurice Blanchot, que a un encuentro bucólico entre iguales. Dialogar, según Blanchot, es desgarrador, “consiste primero en intentar acoger a lo otro como otro en su irreductible diferencia”. Significa salir de la “fascinación de la unidad” más propia de los dioses que de los hombres. Es el riesgo angustiante de abrirse a lo distinto, por encima de las certezas del grupo primitivo. Lecciones para cavadores de la grieta. Y para cultores del altruismo indoloro y el marketing de la virtud.

Un ejemplo ilustrativo de habla plural pudo verse esta semana en un programa de televisión de LN+. No es necesario revelar la identidad de los protagonistas porque distraería de lo esencial. Si el lector quisiera sintonizar el programa bastará con una indicación: su nombre alude a una fracción temporal. La conductora entrevista a un joven dirigente de un movimiento social. Se habla del mercado de trabajo. El dirigente critica de manera incisiva la propuesta oficial de empalmar planes sociales con empleo privado. La considera una falacia, rechazándola por incierta, fantasiosa e improbable. Para él significa que el Gobierno está mirando la realidad a través de una planilla Excel. Pero el cuestionamiento va más allá: dice que la patota de un notorio aliado sindical del Gobierno lo amenazó a él y a su familia por denunciar a una empresa por trata de personas. El dirigente social no cree en la intención del Presidente de combatir las mafias teniendo esos socios.

De pronto, la conductora le recuerda que, sin embargo, su organización mantiene vínculos fluidos con el Ministerio de Desarrollo Social. El dirigente responde que la ministra es una buena persona que facilita el diálogo, y agrega: “Que uno tenga una visión crítica de las políticas económicas del Gobierno y de lo que se vive cotidianamente en los barrios no quiere decir que haya que tener una visión negativa de los seres humanos, en el ministerio hay gente muy buena, muy comprensiva con la que hablamos y tratamos de solucionar problemas urgentes”. Oposición ideológica, crítica frontal, objetivos contrapuestos, contradicciones de clase y, no obstante, un diálogo incipiente ante la emergencia social. Es una escena a la vez desgarradora y constructiva, propia del habla plural: el reconocimiento de la persona humana sin excluir diferencias e injusticias. Una armonía delicada e inestable entre intereses y valores.

A pesar de los esfuerzos, aún no está claro el rumbo de la Argentina. Se siente en la calle, se palpa en la incertidumbre de la gente, se aprecia en el sufrimiento social. En medio de esa anomia de metas, que la ambivalencia del poder no contribuye a conjurar, algunas personas y organizaciones de la sociedad y el Estado establecen mediaciones, dialogan, procuran solucionar problemas concretos. Son los que desmienten la grieta. Los que se atreven a apostar, con creatividad y visión, a una sociedad mejor.