La necesidad de un proyecto más allá del ajuste

por Eduardo Fidanza 11/06/2018

Las grandes democracias, encabezadas por Estados Unidos, acaban de dar una señal clave: no permitirán la desestabilización de la Argentina, cuyo proceso político consideran un ejemplo aún plausible de cómo una nación emergente puede pasar del populismo a la economía de mercado. Esa es tal vez la razón central que explica el generoso paquete de dólares del FMI. El Gobierno saborea esta ayuda como un triunfo que le permite recomponer la expectativa de ser reelegido en 2019, un proyecto puesto en duda por la corrida cambiaria. Para lograrlo, tendrá que conquistar o doblegar a tres actores sociales decisivos: la volátil opinión pública que miden los sondeos; los sindicatos y los movimientos sociales, que se expresan con huelgas y protestas callejeras; y la oposición peronista, que aun dispersa ha mostrado que cuando la ocasión lo justifica puede converger. Si Macri lo consiguiera, habrá que volver a la idea de que es un líder excepcional, adjetivo usado aquí no como un elogio, sino como una expresión de rareza estadística.

Los que frecuentan al Presidente señalan dos rasgos anímicos en él: primero, una gran satisfacción no exenta de sentimientos de desquite hacia los que lo subestimaron durante la crisis. En segundo término, muestra obsesión por recortar los presupuestos públicos, porque está persuadido de que allí reside la debilidad argentina: gastar por encima de los ingresos. Cree que ningún presidente tuvo en las últimas siete décadas la suficiente convicción para enmendar este error crucial, que ha llevado al país a la decadencia, y cree que será él quien, finalmente, lo logre. Por último, Macri está embelesado con decirles a los argentinos -a quienes parece considerar un grupo homogéneo y amorfo- la verdad para que tomen conciencia de la equivocación y la corrijan. Confirmando esa orientación, evalúa la llegada del FMI como una victoria de la racionalidad fiscalista que lo apasiona e impulsa. Cabe esta interpretación metafórica del entusiasmo presidencial: gastar de más es el canto de las sirenas para los argentinos; el Fondo, como Ulises lo dispuso, constituye la atadura que evitará caer en la trágica seducción. Para lograrlo, se necesita que el pueblo se tape los oídos y el líder se sujete al palo mayor de una nave conducida por otro.

Este proyecto homérico contiene un par de falacias, dilectas de la ortodoxia económica. La primera es describir a la sociedad como si fuera una totalidad, atribuyéndole conductas homogéneas. Que “los argentinos” gasten de más omite que existen estratos sociales con severas diferencias de ingresos y por tanto de desembolsos; que unos derrochan mientras otros pasan privaciones, y que el Estado debe compensar esa desigualdad con erogaciones insustituibles. Desconoce que en muchas regiones el empleo público es, en rigor, un seguro de desempleo en economías raquíticas sin otras opciones disponibles. La segunda falacia es estigmatizar el gasto público. En esta narración, así como no se distinguen los estratos sociales, tampoco se diferencian las partidas presupuestarias. Todos los argentinos gastan mucho, empezando por el Estado, y todo gasto público resulta sospechoso. El corolario es que hay que ajustar. Para este discurso, esa es la amarga medicina que por inmadurez, propiciada por la vieja política, la sociedad se niega a aceptar.

La otra cuestión es el énfasis en la verdad, cuando se la considera una mera adecuación a hechos inequívocos. Ante esta ingenuidad, es preciso recordar que en ausencia de relatos dominantes y liderazgos fuertes la democracia posmoderna suele alcanzar la verdad por consenso, no debido a la iluminación de un grupo. Ese acuerdo es político y programático o no sirve. Por eso, la verdad del ajuste de gastos, que seduce al Presidente, corre el riesgo de resultar débil, además de parcial y poco atractiva. Esa fragilidad no es solo hacia afuera del oficialismo, sino también hacia adentro: figuras relevantes de Pro y Cambiemos, inspiradas en el Papa, empiezan a extrañar una propuesta más inclusiva que ajustarse el cinturón con argumentos extraídos del manual del neoliberalismo. No parece ser esa la vocación original de Cambiemos, ni la intención de Macri cuando instauró con inteligencia el gradualismo y fijó como meta principal reducir la pobreza.

Acaso falte completar la verdad de los números diciendo cómo va a crecer la Argentina. Cómo se volverá más rica, no menos dispendiosa atada al FMI. Pablo Gerchunoff, un conocedor cabal de la historia económica argentina, ha dicho en este diario que cuando el país crezca nadie hablará del gasto público. Para él, la clave es crecer conciliando racionalidad con justicia. Suena a un antiguo consejo para ortodoxos empecinados: no tiren el agua de la bañadera con el niño adentro.

La moraleja de Ulises no es desechable: deben evitarse las atracciones que pueden ser nefastas. Pero en la Argentina de estos días urge otra necesidad: un proyecto político sugestivo e integral para remontar el desencanto.