Gobernar en la adversidad, el sino del no peronismo

por Eduardo Fidanza 13/12/2016

Hace hoy un año, Mauricio Macri asumía la presidencia de la Argentina. Como en los estrenos, todo fue alegría y festejo, promesas e invocaciones. El carisma de la novedad constituye un fenómeno universal, cuyo paradigma es el amor. También es universal la rutinización de ese encantamiento. Para algunos, la pérdida de la seducción inicial equivale a una opacidad insoportable, si no al fracaso; para otros, es la oportunidad de afianzar los vínculos, ampliar las posibilidades, consolidar los compromisos. D. H. Lawrence escribió, en un bello poema, que al caos del amor le sigue la gema de la fidelidad. La poesía está en las antípodas de la política. Sin embargo, su intuición puede ser apta para evaluar, después de un año, la consistencia y las chances de Cambiemos. La fidelidad a su proyecto.

Para empezar, quizá sea útil repasar el entramado de inquietudes y factores objetivos que enmarcaron la llegada de Macri al poder. Al cabo de más de una década de clásica y legítima dominación peronista, la sociedad argentina conjugaba altas expectativas de bienestar material con evidencias de corrupción generalizada, estancamiento económico y un estilo presidencial sobreactuado y agobiante. Después de éxitos iniciales innegables, la administración saliente había logrado sostener el empleo y la menguante actividad con anabólicos que estaban destruyendo el equilibrio macroeconómico. El ciclo de Cristina Kirchner concluyó con un drama típicamente argentino, que encierra una tarea imposible: sostener la distribución sin el respaldo de una economía sólida. Y ocultarlo. Al quedar velada a las masas, esa impotencia genera una demanda imperiosa destinada a frustrarse: la gente le exige bienestar a un sistema exhausto.

En el lapso de más de tres décadas desde la recuperación de la democracia, los gobiernos no peronistas llegaron al poder en circunstancias parecidas, cubriendo con mayor solvencia las carencias institucionales que las materiales. Resulta lógico: ese programa, no solo es más factible en condiciones económicas adversas, sino que responde a la división del trabajo ideal de los partidos históricos de la Argentina. El peronismo se especializó en justicia social, el radicalismo en calidad republicana. El joven Pro no pudo escapar a las férreas leyes que le legaron sus mayores. Macri, como Alfonsín y De la Rúa, tuvo a su alcance antes la mejora de las formas de convivencia política que la recuperación del bienestar económico. Así, cumplió su primer año confirmando el sino y la vocación del no peronismo: gobernar en la adversidad, con espíritu democrático pero sin éxito material.

No obstante esa restricción, el Gobierno logró conservar la adhesión de sus votantes, que conforman una ajustada, aunque efectiva mayoría. En las circunstancias descriptas, ese apoyo posee un considerable componente político. Los que aprueban a Cambiemos no quieren regresar al estilo y al programa de Cristina Kirchner, que les resulta ampuloso e insostenible. Sin embargo, al menos la mitad de esa mayoría le otorga a Macri un sustento condicional. Ellos no pueden disfrutar por mucho más tiempo de la mejora institucional si el bolsillo no acompaña. Desgraciadamente, con la democracia no se come, como pretendió Alfonsín en pleno arrebato carismático. Amplias franjas de clase media afrontan ese dilema y están provocando una lenta pero constante erosión de las expectativas sobre el oficialismo, al constatar que la economía no se recupera. Uno de los interrogantes elementales de cara a 2017 es si Cambiemos podrá contenerlos. En ellos se cifrará su fortaleza política.

Sin embargo, analizar el nuevo año en clave electoral solo servirá para enmascarar los problemas irresueltos, que si se agravaran frustrarán a Macri, pero también a Massa y a otros opositores, más allá de sus tácticas oportunistas. Las corporaciones argentinas han abusado del juego de suma cero hasta recaer cíclicamente en crisis en las que pierden todos. En esa deriva irresponsable, la clase política tuvo un defecto escogido: negarse a sustraer de la competencia electoral las cuestiones de Estado. El lamentable debate sobre Ganancias muestra una vez más esa miopía. La política impositiva, entre otros temas clave, pertenece al ámbito duradero donde se construyen las naciones, no al juego chico en el que se dirimen las candidaturas para la próxima elección.

Gobernar en la adversidad sin resignar el poder: ese constituye el desafío de Macri. Lo que podría convertir a su presidencia en un hecho novedoso que equilibre el balance de poder. Implica eludir el destino de Alfonsín y De la Rúa, afianzando la alternancia. El crecimiento del PBI, la mejora de la economía internacional; la división del peronismo y la existencia de buenos candidatos, quizá puedan permitírselo. Son condiciones de difícil, aunque no imposible, cumplimiento.

Pero más allá de eso, que incumbe apenas al futuro de un gobierno, queda en pie la cuestión estructural apremiante e irresuelta, que podría hacer fracasar a un eventual sucesor peronista: cómo crear riqueza suficiente y perdurable para satisfacer a un país paradójico que demanda bienestar y derechos, sin conciencia plena de su fragilidad y de sus obligaciones.