El comienzo del poder macrista

por Alejandro Catterberg 15/08/2017

La transición puede estar cerca de su fin. Después de veinte meses de hacerse cargo del orden y de la limpieza del descalabro heredado, el macrismo se ha ganado el derecho a definir cuáles serán las reglas económicas y políticas bajo las que vivirán los argentinos en los próximos años.

Primero deberá consolidar en las elecciones de octubre los excelentes resultados obtenidos el domingo pasado. En ese momento podrán pasar de ser excelentes a históricos. Desde el retorno de la democracia, sólo Alfonsín en 1985 fue capaz de ganar simultáneamente, en unas elecciones de medio término, en las cinco provincias más grandes del país. Ni Carlos Menem, ni Néstor Kirchner, ni Cristina lo lograron. Mauricio Macri está a un puñado de votos de conseguirlo.

El proceso electoral que estamos transitando tiene dos dimensiones bien diferenciadas. En primer lugar, existe una dimensión institucional, por la cual el sistema electoral traducirá, tras los comicios generales, votos en bancas del Congreso Nacional. Con los resultados de las PASO a la vista queda claro que Cambiemos será la fuerza política que más crecerá en el Congreso: sumará alrededor de una quincena de bancas en la Cámara baja y cerca de nueve escaños en el Senado.

Adicionalmente, los resultados de las elecciones de anteayer tienen una lectura política, no vinculada al número de bancas obtenidos, sino a los votos conseguidos. Mientras que en lo previo se creía que los resultados de la votación mostrarían que Cambiemos conseguiría una victoria más clara en el aspecto institucional (su crecimiento en el Congreso) que en lo político (su crecimiento en los votos), la voluntad de los argentinos invirtió esta ecuación: el Gobierno saldrá de este ciclo electoral con una fortaleza política no correspondida con su posición legislativa.

La falta de una mayoría en el Congreso no debería frenar la intención del Gobierno de iniciar un ciclo de reformas que busquen transformar la economía y la sociedad argentinas, y que vayan más allá de solucionar las urgencias del corto plazo. Deberá para ello conseguir el respaldo de un sector del peronismo.

No parece una tarea especialmente difícil de lograr. Así como la sociedad argentina le dio el domingo pasado un fuerte espaldarazo al Gobierno, también castigó nuevamente al peronismo, que ya no sólo perdió el gobierno nacional y la provincia de Buenos Aires como en 2015, sino que empezó a resquebrajarse en provincias y ciudades del interior hasta ahora invencibles.

Sin liderazgos nacionales, sin ideas ni intentos de renovación, sin agenda de políticas claras, sin coordinación ni reacción, el PJ podría estar camino de seguir la transformación sufrida por el radicalismo la década pasada, cuando dejó de ser un partido de peso nacional para convertirse en uno de influencia provincial.

Y entre los ciegos el tuerto es rey: Cristina Kirchner, a pesar de estar claramente en retroceso, sigue siendo la voz más fuerte y destacada capaz de concentrar el voto opositor a la gestión de Mauricio Macri.

La presencia relevante de la ex mandataria continuará frenando la posibilidad de reunificación del peronismo y colocará en posición incómoda a muchos gobernadores y legisladores del PJ, que se verán forzados a optar entre apoyar las medidas propuestas por un gobierno popular y ganador o quedar cercanos al kirchnerismo.

Después un primer período de gestión dominado por el ajuste económico, la caída del consumo, el aumento de tarifas, con inflación elevada y escaso crecimiento del empleo, el gobierno nacional obtuvo una contundente victoria en las urnas.

Muchos libros de comportamiento electoral deberán ser reescritos. No es ilógico pensar que en los próximos dos años de administración macrista haya menos inflación que en los primeros dos, se genere mayor crecimiento económico, más consumo, menores aumentos de tarifas, más créditos, más obras públicas y más oportunidades de empleo que en esta primera etapa que está finalizando. Si con tan poco Cambiemos consiguió tanto, quién se atreve a no dejarlos soñar con los próximos veinte años.