El colapso del software argentino

por Eduardo Fidanza 10/07/2018

La actual crisis económica, como toda transición dolorosa, parece jugarse en dos planos: el ahora y el después. En lo inmediato, se observa que un factor del sistema -los precios – adquirieron un papel decisivo, condicionando la conducta de los individuos y las organizaciones. La sociedad está siendo arrastrada por la incertidumbre en torno al valor de tres mercancías claves: la moneda extranjera, los bienes de consumo y el trabajo. El eco de estas magnitudes aturde a los argentinos, con tristes reminiscencias: dólar, inflación, pérdida del poder adquisitivo del salario. Junto a ese drama coyuntural se recorta una sensación de fin de época, que potencia la angustia del después: el país ha agotado las posibilidades de vivir de un modo, según una cultura y unas formas de organización que si no se transforman lo condenarán a agravar sus conflictos y miserias.

Que el mercado y los precios que cotizan en él ocupen el lugar estelar de la crisis es el síntoma de una enfermedad grave, cuya superación se ha depositado en un único remedio: la corrección contable, a través de una ecuación que supone que achicando el gasto público, subiendo la tasa de interés, cambiando bonos en pesos a dólares u otras tácticas por el estilo se recuperará el equilibrio perdido. De ese modo, la política económica se está convirtiendo en un balance de debe y haber, una ingenua partida doble que la planilla de cálculo enhebra con banal exactitud. No sorprende entonces el perfil de los administradores, más allá de sus calidades profesionales: el ministro de Hacienda actúa como un gerente contable y el presidente del Banco Central no es un economista político, sin un experto en mesas de dinero. Tampoco sorprende la pobreza del debate, copado por los fundamentalistas del mercado de un lado y los sostenedores de un populismo suicida, del otro.

Tal vez interpretaciones más profundas (y actualizadas) contribuyan a echar un poco de luz en esta crisis paradigmática, que se está abordando con tanta cortedad intelectual. Un ejemplo es el aporte del economista José María Fanelli en su libro La Argentina y el desarrollo económico en el siglo XXI que, publicado en 2012, mantiene notable actualidad para una lectura sugestiva de los acontecimientos. Este texto plantea que la anatomía del sistema económico está conformada por tres partes indisolublemente vinculadas: la estructura productiva, que el autor denomina hardware; el marco institucional, al que llama software, y las organizaciones públicas y privadas, el mercado y las familias, cuya dinámica de cooperación o conflicto está determinada por las señales provenientes del hardware y el software. Así, un sistema productivo potente y diversificado en combinación con instituciones fuertes, generará incentivos para la cooperación y el desarrollo. Por el contrario, escasos recursos productivos e instituciones débiles favorecerán el conflicto y el estancamiento.

La hipótesis central de Fanelli es que si bien la Argentina presenta limitaciones en el hardware productivo, su flanco débil, que explica las crisis recurrentes, los conflictos distributivos y las pérdidas de oportunidades, es el software institucional. Falla la interacción entre las organizaciones de la sociedad civil y las instituciones, conformadas por las bases jurídicas, los contratos, las regulaciones, los derechos de propiedad, las políticas públicas y las pautas culturales. Si el objetivo es el desarrollo humano y no solo el crecimiento o el equilibrio presupuestario, como argumenta Fanelli, este es el punto a subsanar. De ese complejo entramado, el mercado es apenas un aspecto. Sus fallas deberán considerarse a la luz de otras disfunciones, como los errores de coordinación de intereses entre la esfera pública y privada, la mala gestión de gobierno, la ausencia de visión estratégica de empresarios y sindicalistas y las carencias educativas y sanitarias de los recursos humanos.

Si esto es así, detrás de la crisis de los mercados asoma el colapso del software argentino, cuya recuperación dependerá de una inteligente reconstrucción política del rol de las elites. Esa tarea no puede quedar en manos del neoliberalismo o el populismo porque sus herramientas han demostrado ser inútiles y peligrosas, no solo aquí sino en el mundo. Estas corrientes son prepolíticas, actúan con el sello de las sectas. No les importa el Otro a los que abrazan un dogma.

La reconstrucción de la dirigencia es un proyecto estratégico a mediano plazo, que requiere un liderazgo hoy ausente. En el tiempo corto (y desesperante) tal vez ayude leer una perlita de estos días, que publicó El Cronista con la firma de Andrés Ferrari Haines. Este economista recomienda abandonar dos vías: la fantasía de no ajustar de los populistas y el ajuste unidimensional de los neoliberales. En su lugar sugiere consensuar cuáles serán las medidas para restablecer los equilibrios sin sacrificar la equidad y el desarrollo productivo. Se trata de un postrero esfuerzo del software, no de un mero asiento contable.