EEUU en la cuenta regresiva a la elección

04/11/2016

El tiempo lo devora todo, incluso la extenuante campaña electoral norteamericana que, a esta altura, constituye la elección más prolíficamente cubierta de la historia de la humanidad. Desde la sorpresiva postulación de Donald Trump a fines de año pasado, hasta la inesperada reapertura de una investigación judicial sobre la actuación de Hillary Clinton como funcionaria pública hace apenas un par de días, ha pasado de todo en esta campaña. Hubo escándalos sexuales, declaraciones xenófobas, denuncias de fraude, amenazas políticas, evidencias de espionaje internacional y mucha crispación electoral en un país con una larga y rica tradición democrática.

A lo largo de estos casi doce meses de campaña permanente, Hillary Clinton se mantuvo siempre como la favorita para reemplazar al icónico Barack Obama en la presidencia de la primera potencia mundial. Donald Trump, el retador ungido sorpresivamente por unos irritados electores conservadores, condujo una campaña ecléctica, plagada de excentricidades y errores. Si Clinton fue la exclusiva front-runner de la competencia, Trump fue quien imprimió el ritmo y la tónica de la elección. Los medios y el electorado bailaron la melodía que Trump impuso: un relato de tinte populista y maniqueo que resalta las virtudes de un ideario nacionalista, industrialista y predominantemente blanco, frente a la imagen posindustrial y cosmopolita que se afianza en las grandes metrópolis del país.

La sociedad norteamericana escuchó el potente mensaje de Trump -un comunicador magnético y eficaz- y se fracturó en dos bandos irreconciliables como hace tiempo no se veía en los Estados Unidos. Los candidatos capearon el malhumor social, no sin costos: son los aspirantes presidenciales con mayor nivel de rechazo que se tenga memoria, y el voto negativo es la principal razón que esgrimen demócratas y republicanos a la hora de justificar su voto.

No es la única coincidencia. Ambos candidatos constituyen notorias excepciones en la historia de los partidos que representan. Clinton es la primera mujer en aspirar a la presidencia y Trump es un empresario, sin experiencia partidaria, mucho más próximo a la farándula que al debate político. Además, son en conjunto los candidatos de mayor edad que han competido por la presidencia. Trump cumplió 70 años hace poco y, de ganar la semana próxima, será el presidente electo más viejo de la historia de los Estados Unidos. El caso de Clinton no es diferente; cumplirá 69 años en unas semanas y podría ser la segunda jefa de Estado más vieja en asumir el cargo, solo por detrás del mítico Ronald Reagan. La cuestión de la edad, poco explotada durante la campaña, abre serios interrogantes en torno al interés y la factibilidad de una eventual reelección de quien quiera sea quien triunfe el próximo 8 de noviembre.

Lo que hasta hace poco prometía ser una definición más o menos cantada en favor de Hillary Clinton, empezó a enredarse con la reactivación de la investigación del FBI por el uso de un correo electrónico privado en su época de secretaria de Estado de Barack Obama (2009-2013). Los últimos sondeos nacionales de opinión pública marcan dos tendencias concretas: 1) Clinton aparece al frente de la intención de voto por entre dos y cinco puntos; 2) Trump ha recortado una desventaja que estaba en el doble dígito. En este escenario, la demócrata sigue siendo favorita, aunque es útil recordar que los estudios demoscópicos trabajan con probabilidades, no con certezas. Como muestra están los referéndums de Colombia y Gran Bretaña.

Más aún, en un sistema electoral como el norteamericano, la estimación del voto a nivel nacional sirve apenas como una aproximación al clima político del país. La elección propiamente dicha se decide en el Colegio Electoral, una institución que se remonta a tiempos de la independencia y que está conformada por 538 delegados en representación de los cincuenta estados. La elección de esos delegados se hace según un sistema de representación mayoritaria. Cada estado -con la excepción de Maine y Nebraska- asigna la totalidad de sus delegados al candidato más votado en el distrito. En rigor, en Estados Unidos hay 50 elecciones presidenciales, y no una. Para resultar electo presidente se requiere ganar el número de estados suficientes que permita alcanzar la cifra de 270 delegados.

A la hora de analizar el mapa electoral, se sabe de antemano que hay estados que siempre votan por los republicanos –red states– y estados que siempre votan por los demócratas –blue states-. En este sentido, la elección se termina definiendo en aquellos distritos que oscilan entre uno y otro partido –purple o swing states-. Son estos distritos los que hay que seguir con más atención en la noche del martes, una vez que comiencen a conocerse los resultados de la elección.

MAPA ELECTORAL DE LOS EEUU PARA LA ELECCION PRESIDENCIAL DE 2016

usa-2016

Los primeros swing states de los que se tendrá datos son probablemente los del este del país: Florida, Georgia, North Carolina, Ohio y Pensilvania. Más tarde llegarán los números de Iowa, Arizona y Nevada. El camino de Trump a la presidencia luce más complejo que el de Clinton porque parte de un piso de delegados más bajo. Los resultados de Florida, Pensilvania y Ohio -los tres swing states con mayor cantidad de electores- serán decisivos para la suerte de la elección: quien obtenga dos de esos tres estados habrá probablemente asegurado la presidencia.

En caso de que la noche del martes muestre resultados equilibrados, será importante observar el comportamiento del estado de Utah. Allí, radican las mínimas posibilidades del único candidato por fuera de Clinton y Trump que puede aspirar a la Casa Blanca. Evan McMullin es un republicano nativo del estado de Utah que, en descuerdo con la nominación de Donald Trump, decidió lanzar su propia campaña presidencial en defensa de los valores conservadores. De fuerte filiación mormona, McMullin podría alzarse con una victoria en Utah, un tradicional red state. De hacerlo, será el primer candidato presidencial por fuera de demócratas y republicanos en ganar un estado desde 1968. Lo insólito del caso es que en la eventualidad de que ni Trump ni Clinton logren los 270 votos que demanda el Colegio Electoral, la elección del presidente recaería en la Cámara Baja del Congreso de los Estados Unidos. En tal caso, los congresistas deberán elegir al próximo Jefe de Estado entre los tres aspirantes con votos en el Colegio Electoral. McMullin apuesta a que los miembros del Congreso terminen apoyando su candidatura para evitar la llegada de Trump y Clinton a la Casa Blanca. Improbable, pero no imposible.

El voto latino, del cual se ha hablado mucho, será importante pero no definitorio. Sucede, que la población latina en condiciones de votar crece a un ritmo mucho mayor que el de los latinos que efectivamente votan. En Estados Unidos el voto es opcional y la participación de los latinos es comparativamente baja frente al del electorado no-hispano. Además, buena parte del electorado latino se concentra en estados que, a priori, tienen un comportamiento consistentemente demócrata (New York y California) o republicano (Texas), por lo que su injerencia en el resultados es marginal. Distinto es el caso de Florida, Nevada y Arizona, todos estados en donde el voto latino podría ocupar un lugar central en el resultado de la elección.

Una vez que este claro el nombre del sucesor de Barack Obama será importante observar cómo queda configurado el Congreso. Las últimas proyecciones indican que los demócratas podrían hacerse con el control del Senado por estrecho margen, mientras que los republicanos mantendrían -con lo justo- el dominio en la Cámara de Representantes. La cabeza de la tercera rama de Gobierno Federal también estará sujeta a la elección, ya que el próximo presidente deberá nominar a un nuevo juez para la Corte Suprema en reemplazo del fallecido Antonin Scalia. El perfil del nuevo juez inclinará la composición de la Corte a favor de una posición pro-liberal o pro-conservadora en un periodo de mucha importancia por la gran cantidad de cuestiones sociales y políticas que aguardan ser definidas por fallos de la Corte.

En síntesis, la elección presidencial constituye un momento crucial para el futuro de Norteamérica en tanto que se contraponen dos cosmovisiones de Estados Unidos que resultan antagónicas e irreconciliables. La vacante en la Corte Suprema y la posibilidad de mayorías parlamentarias para quien termine ganando la elección, abren además una eventual senda política sobre la que implementar políticas y reforzar la identidad de un país en constate ebullición que busca legitimar los principios y valores de un nuevo orden social. La encrucijada electoral está planteada y en las urnas está la respuesta.