Desacoples que pueden ser trágicos

por Eduardo Fidanza 20/12/2017

Una descripción posible de la tragedia contemporánea, basada en antecedentes sociales y literarios, es la de dos posiciones enfrentadas que se encaminan a una colisión frontal imposible de evitar. El lenguaje común denomina este encontronazo “choque de planetas”. Cada cuerpo en su órbita inexorable se estrella contra otro y genera una explosión de consecuencias devastadoras. Son impactos entre objetos voluminosos, que se destruyen porque ninguno puede aminorar la velocidad o detenerse. En el plano político, a esta imagen física hay que agregarle un componente sociológico: cada parte en conflicto posee una porción de legitimidad. Tener poder y tener razón: dos atributos a los que es difícil renunciar a la hora de defender intereses que se consideran justos. El ensayista Eduardo Rinesi analizó con brillantez este dilema en la tragedia clásica: Antígona y Creonte representan el conflicto irresoluble entre dos sistemas morales legítimos, pero políticamente incompatibles.

El día estresante que vivió la política argentina hace 48 horas provoca una reflexión en esa línea: si los desacoples entre sistemas de valores y prácticas no se resuelven por la negociación, pueden culminar en tragedia. La historia de nuestra democracia registra episodios de violencia que empiezan con escaramuzas, muertes dudosas, protestas incontroladas, balas de goma que derivan en plomo, odios viscerales, reclamos desesperados, hasta llegar a desenlaces sangrientos, como ocurrió al final del último gobierno radical. ¿Qué se juega en estos conflictos, cuáles son las racionalidades en pugna, los valores irreductibles que cada parte reivindica? Se abordarán aquí tres confrontaciones típicas: 1) la lógica de las instituciones representativas versus la lógica de la protesta social; 2) la agenda de la política versus la agenda de la economía, y 3) la salud macroeconómica versus el bienestar social.

Como se observa, cada uno de estos pares de términos contradictorios posee justificaciones. Para empezar: las instituciones representativas, expresadas en el Parlamento, son un pilar de la democracia, pero la Constitución también garantiza la protesta social pacífica. La agenda de la política, cuyo episodio estelar es la competencia electoral por cargos, con el requisito de popularidad para obtenerlos, constituye una parte sustantiva del sistema democrático, pero las decisiones de política económica impopulares, resultan en ocasiones necesarias cuando los recursos son escasos y están mal administrados. Por último, la macroeconomía requiere un balance entre gastos, ingresos y fuentes de financiamiento, sin que ese equilibrio destruya el bienestar y la cobertura de necesidades. Como lo demostró Weber, la racionalidad capitalista y las demandas de justicia social son valores ajenos entre sí, pero si no se compatibilizan es muy difícil gobernar la democracia.

Con este enfoque se llega a una conclusión paradójica sobre el jueves de furia: los legisladores de Cambiemos tienen razón, pero los sindicatos y la oposición, más allá de chicanas y violencias menores, también la poseen. Y se revela asimismo la contradicción que incumbe a Macri: le asiste el derecho a la reelección, para lo cual debe evitar medidas impopulares, pero la economía ya no admite más laxitud fiscal. Imposible seguir combatiendo el populismo con más populismo. Por último, es legítimo e imperioso reducir el gasto público, pero también es legítimo preservar a los más vulnerables, a quienes la Constitución les asegura una serie de derechos y condiciones usualmente incumplidos.

Por debajo de estos dilemas de prisionero se asiste a una lucha integral por el poder, de resultado incierto. Un gobierno que acaba de ganar las elecciones, sin obtener mayoría legislativa, no logra tramitar un programa de reformas económicas moderadas entre jugadores poderosos y corporativos, empeñados en defender intereses que estiman legítimos. Para agravar la situación, el sistema político está alumbrando una nueva izquierda radicalizada y a la defensiva: el kirchnerismo tardío. Se trata de un reto inédito, porque posee liderazgo, alrededor del 25% de los votos y fuerte capacidad para condicionar a un peronismo oportunista, desorientado y sin jefatura. Una panoplia de recursos que los sucesores nativos de Lenin y Trotsky nunca imaginaron ni poseyeron.

Tal vez falte aquí recordar el contexto histórico: transitamos una época innovadora. De novedad política, porque gobierna una coalición sin precedente, y de presión modernizadora, porque el mundo y la revolución tecnológica del capitalismo lo imponen. Sostenía Raymond Williams que la tragedia no ocurre en tiempos de estabilidad o de conflicto, sino de cambio. Si fuera así, es preciso redoblar el diálogo para evitar la desgracia. Se necesitan palabras, no balas; comprensión, no autoritarismo. E insistir con la antigua convicción reformista: para conciliar racionalidad económica con justicia social, el tiempo es mejor que la sangre.