Aprestos y señales en la víspera del nuevo año

29/12/2016

Termina el año y la experiencia acumulada por el gobierno de Cambiemos revela continuidades y rupturas con la forma de administrar el poder que Macri implementó y perfeccionó durante sus años al frente de la Ciudad de Buenos Aires.

En efecto, a nadie puede sorprender que la triada Peña-Quintana-Lopetegui se haya constituido en “los ojos y las manos de Macri”. La prehistoria del poderoso tridente del Gobierno nacional está en la dupla Peña-Larreta, que durante años dictaminó todo lo que sucedía y dejaba de suceder en el Gobierno de la Ciudad.

Por aquellos años, los extrapartidarios en el equipo de Macri conformaban una minoría que siempre se mantuvo, más allá de ocasionales rencillas, encolumnada y disciplinada tras el proyecto de Macri. Santilli, Monzó o Ritondo, por nombrar solo algunos funcionarios, no renegaron jamás de su impronta peronista, pero aceptaron la inviabilidad de desafiar la línea política referenciada en Peña y la de gestión comandada por Larreta.

En Cambiemos la armonía política no pudo ser reproducida con igual precisión. La temperamental Elisa Carrió fue la primera en desafiar abiertamente al gobierno con sus ataques frontales a figuras del entorno presidencial y sus acidas críticas a algunas de las tempranas estrategias del gobierno de Macri. También los radicales, disgustados con el lugar secundario al que fueron relegados en la administración nacional, plantearon ocasionales mini revueltas aplacadas con el auxilio de Ernesto Sanz.

Pese a todo, el desafío más inesperado dentro de la coalición gubernamental provino de la pata peronista. Emilio Monzó, Presidente de la Cámara de Diputados y cuarto en la línea de sucesión presidencial, planteó hace pocas semanas fuertes disidencias con la estrategia política y comunicacional del Gobierno. La respuesta presidencial fue una cerrada defensa sobre Marcos Peña y sus colaboradores más cercanos.

El caso de Alfonso Prat-Gay es distinto. Sus divergencias siempre fueron expresadas enérgicamente aunque lejos del ojo de la opinión pública. Su principal crítica fue el recortado poder del que deponía para ordenar la economía. Frente a sus eventuales interlocutores nunca disimuló su intransigencia para ser coordinado por el tridente Peña-Quintana-Lopetegui ni sus aspiraciones políticas personales. El reciente, e inusualmente franco, desplazamiento de Prat-Gay resulta un desenlace más severo que el que padecieron otras voces discordantes del gobierno y eso tiene al menos dos razones. 

Primero, el año que termina fue desde lo político infinitamente más simple que el que comenzará en pocos días más. Macri tomó nota de la performance de los integrantes de su equipo y decidió hacer ajustes allí donde no estaba cómodo. Es lógico que para afrontar el duro año electoral que se avecina el Presidente decida minimizar riesgos y apostar a la probidad de los incondicionales. Un Ministro de Economía con ambiciones políticas por fuera del proyecto constituía una amenaza innecesaria para un Gobierno que deberá plebiscitar su gestión en un contexto socioeconómico difícil.

Segundo, el aporte que Prat-Gay ofrendaba al Gobierno nacional no era territorial como el de la UCR, ni ético como el de Carrió, ni operacional como el de Monzó. Su contribución a Cambiemos fue su prestigio profesional, un capital muy apreciado por los mercados y la opinión pública durante la transición y los primeros meses de gobierno, pero carente de significación en el contexto actual y frente a la fragmentación de la conducción económica. 

En definitiva, el alejamiento de Prat-Gay, y de otros funcionarios como Constantini, apunta a fortalecer la cohesión interna del gobierno frente al inminente comienzo del año electoral. Durante los últimos doce meses Cambiemos maniobró en un terreno favorable signado por la comparación con el gobierno de Cristina Kirchner. En las elecciones legislativas de 2017, la agenda de cuestiones con que el electorado decidirá su voto estará más condicionada por la performance de Cambiemos que por el recuerdo del kirchnerismo. Minimizar rispideces internas constituye, en este sentido, el primer requisito para poner en marcha la aceitada maquinaria electoral que el macrismo construyó durante años y en la cual se cifra buena parte del futuro de Cambiemos.